Por Sergio Gonzalez Miranda (1)
Premio Nacional de Historia, Año 2014
Tarapacá es una fuente inagotable
de inspiración para aquellos que son capaces de ver donde el común de las
personas solo ven algo evidente, normal o natural. Guillermo Ward subió a las tablas del teatro
nortino las máscaras y al Supay, al diablo, a este mítico y misterioso
personaje del submundo y de nuestro mundo, para contarnos una historia
fascinante que indaga en lo más profundo del ser humano.
La máscara de los figurines
sueltos que bailan en las fiestas religiosas de La Tirana o San Lorenzo de
Tarapacá, para algunos puede ser solo una careta, una representación del
diablo, cuya finalidad sería abrir espacio para los bailarines de las distintas
cofradías religiosas. Las personas,
especialmente los niños con su curiosidad,
rodean a los bailarines quienes lentamente comienzan a ocupar la cancha
que necesitan para su coreografía.
Entonces el diablo suelto con sus brazos abiertos y su capa amenazante,
dice ¡Todos hacia atrás!. Esa es la imagen guardada en la memoria
desde que vimos por vez primera a esos
seres danzantes de ojos saltones, que a paso firme nos daban una mirada que
cortaba el aliento.
El temor a esa máscara roja
intensa, de grandes ojos azules y cabello blanco o rubio no se puede negar. Ese
es el Supay del que nos habla Ward quien
nos entrega las claves para conocer más del personaje y no solo la
figura del “tío del socavón”, ese sujeto
mitológico de las minas de oro, de plata, de cobre, de estaño. ¿Por
qué suponer que los diablos sueltos de La Tirana son también el Supay, si las
cofradías -lo dicen sus estandartes- se
organizaron en los campamentos salitreros, donde no existieron los socavones?(2)
Lautaro Núñez A., nuestro Premio Nacional de Historia año 2002, nos recuerda la vieja y originaria relación
entre La Tirana y la minería argentífera de Tarapacá, donde el rico cerro de
Huantajaya brilló en forma muy especial. Sabemos que Huantajaya -todo parece indicarlo- era la muy
deseada e insistentemente buscada “mina del sol”, de la que los incas le hablaron a los
conquistadores españoles provocando su ambición. Tenía
sus socavones -hoy inundados- que
dieron una riqueza todavía no cuantificada a mineros como Basilio de la Fuente
y Matías de Loayza, entre muchos otros, especialmente en los siglos XVIII y
XIX. Por cierto, su primer dueño fue
Lucas Martínez Vegazo, quien llegó al Perú con Francisco Pizarro, recibiendo a
mediados del siglo XVI una encomienda en esa comarca tarapaqueña, que incluyó
Huantajaya. Entonces efectivamente el pueblo de La Tirana, estratégicamente
ubicado en medio de un bosque de tamarugos, fue utilizado para beneficio de las
minas de Huantajaya y de Santa Rosa.
De tal forma, el tío del socavón sí estuvo en esta región.
[1]Sergio
González Miranda, historiador
y sociólogo chileno. Conocido principalmente por sus trabajos sobre la cultura pampina, los pueblos altiplánicos y las relaciones fronterizas entre Chile, Perú y Bolivia, incluida la acción de las ligas patrióticas.
[2] Excepto en algunas salitreras donde el caliche se
extrajo de cuevas.